El viento

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Ya estamos acostumbrados a los muertos que nos cría el viento del sumidero, como si fueran cuotas de pizca. Y es que cada vez que alcanza el pueblo nos deja dos o tres velorios. Por eso hoy que me levanté y que salí al patio, me quedé asombrado de tanto resplandor y de ver un cielo tan alto, de ver como el polvo que levantaba con mis pasos caía donde mismo por falta de ese viento pertinaz, acarreador de nubes eternas. Y no sólo yo me quedé asombrado, pues al recorrer las calles vi como toda la gente se pasaba alzando la vista, que hasta parecían pollos bebiendo de tanto que se asomaban al cielo.

Cuando creímos que ya era hora de que cayera la tarde, vimos que el sol se había quedado clavado en lo mero alto y nos estaba calentando la sangre. Fue entonces cuando empezaron las murmuraciones. Decían que esto era el olvido de Dios y que seguramente después de que se había cansado de hacernos purgar nuestros pecados con el viento del sumidero, abandonaba todo y lo dejaba parado en el tiempo. Con esta idea se creció la desesperación y fue entonces, que ya bien platicado con mis compadres, nos pusimos en la tarea de componer la situación, así que fuimos a conseguirle su muertito al pueblo, y que bueno que lo hicimos, porque aquí en la misa del velorio ya se siente que refresca el viento y las mujeres oran por el difunto al mismo tiempo que dan gracias al cielo.